Un viaje en directo pero si pagar conexión, que está muy cara

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viernes, 14 de diciembre de 2012

Volvemos a España

El último día de cada viaje siempre es el de la compra de regalos, pero se puede decir que en este ya llevábamos una buena dosis de tiendas, así que tampoco quedaba mucho por hacer. Nos levantamos temprano para ir al mercado de pescado de Tsujiki, aunque no a las 5, como decía la guía, ya que da la casualidad de que en diciembre la gran afluencia de productos impide que los turistas puedan observar la famosa subasta. Lo que no había problema en hacer era entrar al mercado, si bien no hay una zona para visitas, ni una puerta estricta de entrada ni siquiera un camino que el viajero despistado pueda seguir dentro. Es un mercado vivo, lleno de materia prima y de vendedores y compradores, y sobre todo de carretillas eléctricas de las que hay que cuidarse para que no te atropellen. Para que os hagáis una idea del ajetreo que había ahí dentro, solo os diré que hay hasta policías regulando el tráfico. Vimos toda clase de pescado: vivo, muerto y troceado. Desde anguilas hasta los venenosos peces globo. Los vendedores se muestran permisivos con los visitantes, nos es que posen, pero tampoco les molesta tu presencia. Los japoneses son demasiado educados para mostrarse enfadados, así que lo menos que puedes hacer allí es no dar mucho el follón, pues al fin y al cabo están trabajando. A la salida hay decenas de tiendas de recuerdos y puestos de sushi. Nos encanta el pescado fresco, pero de ahí a tomarlo en un local donde aún llega el olor del mercado... Nos limitamos a comprar un libro sobre el sushi y optamos por desayunar en nuestra siguiente parada, Asakusa. En Asakusa está el principal templo de Tokio, o al menos el más turístico. Como en Kioto, estaba lleno de escolares de visita y miles de turistas, poquísimos occidentales. El mercado de recuerdo que hay pegado es casi tan famoso como el templo y sus precios no se disparan demasiado frente al resto de tiendas, así que al menos por variedad merece la pena. Por la tarde volvimos a Akihabara y Shibuya, donde estuvimos en el gigantesco Tokyu Hands, un inmenso centro comercial dedicado principalmente a las manualidades, si bien tiene casi de todo. Allí compramos cuchillos de cerámica que ha demostrado ser bastante buenos. Al día siguiente nos levantamos temprano para coger en vuelo de vuelta, sin sospechar que tan solo unas horas después la tierra temblaría de forma salvaje. Sí, nos libramos del terremoto de diciembre por poco, y aunque no causó daños, el hecho de haber sentido el suelo balancearse bajo mis pies en pleno Tokio me habría traumatizado de por vida, lo tengo claro. A diferencia de la llegada, ahora el vuelo salía de Haneda. Habíamos leído horrores sobre la terminal internacional de Haneda fuera del horario normal, pero sobre las 6:30 el aeropuerto ya estaba operativo. Teníamos la duda de si coger un carísimo taxi para llegar, ya que el transporte público nos dejaba como muy temprano una hora antes del vuelo, pero un retraso que pudimos ver en la página web de la aerolínea nos decidió a coger el expreso a Haneda: nos gastamos ocho euros en vez de ochenta. El vuelo de vuelta un poco más movido que el de ida al sentarnos en la cola del avión y en la escala en Londres notamos, para nuestro pesar, que los trabajadores del aeropuerto ya no eran los educados y simpáticos japoneses, sino rudos europeos. En fin, nos llevamos un recuerdo fantástico del país y sobre todo de sus habitantes. Japón es un destino impresionante, muy accesible para el turista occidental y si investigas un poco, nada caro. En las próximas semanas colgaré algún post más con consejos prácticos que espero que os sirvan para viajar a Japón.

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