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martes, 4 de diciembre de 2012

De Kioto a Tokio

"Los japoneses buscan la perfección en cada cosa que hacen". Aunque suene pedorro, sobre todo cuando lo dijo Tom Cruise en El último samurai, lo cierto es que ésa es la impresión que te llevas cuando visitas un templo, recorres un parque, montas en el tren bala o simplemente te atienden en una tienda (como veis, he recuperado las tildes, gracias al miniportátil que me llevé y al que le queda tan poca batería que este post será muy corto. Me quedé con la visita al restaurante Gilo Gilo al sur de Gion. Fue fantástico y bastante barato; un sitio pequeño al la orilla de un canal. Los cocineros, todos unos niños, preparan los platos frente a ti, un surtido cerrado siguiendo el modelo Kaseiki que importaron luego los franceses en sus menús degustación. Como curiosidad, este sitio tiene dos locales más a lo largo del mundo, uno en París y el otro en Honolulú.
Al día, siguiente, nuestro tercero en Kioto, cogimos el tren a Nara, la ciudad del buda gigante y los ciervos sagrados. Aunque por ahora no nos hemos cruzado con demasiados turistas, Nara parece el destino perfecto para el dominguero japonés. Un templo impresionante, el Todai-ji, con el buda más grande de Japón, y grandes extensiones de parques plagadas de ciervos bastante domesticados a los que darles galleticas. A la vuelta a Kioto paramos en el Fushimi Inari, el templo de los toris que aparecían en Memorias de una geisha (prácticamente la única escena rodada en Japón). Los vimos anocheciendo y aunque por esta razón apenas hicimos fotos potables, el paseo es mágico.
Nuestro último día en Kioto lo dedicamos a Kiyozumi dera, el templo más grande de la ciudad, con su catarata sagrada y unos paisajes impresionantes del otoño, que los japoneses adoran tanto como la primavera gracias a las tonalidades que toman las hojas. Allí nos encontramos con una grulla japonesa que literalmente aterrizó sobre nosotros, un encuentro tan curioso como el que tuvimos después con unos jubilados locales que nos preguntaron de donde veníamos y nos ofrecieron mandarinas. ¡Mandarinas a nosotros! ¡A unos murcianicos! Y la verdad es que estaban buenísimas.
Después paseamos por Gion, cruzándonos con algunas geishas; comimos el sushi tradicional de Kioto, avinagrado y que se toma sin soja; y recorrimos el enorme mercado de Nishiki. Así terminó la estancia en Kioto y con el tren bala, esta vez sí despiertos, comenzó la visita a Tokio. De camino a la megalópolis nipona vimos el monte Fuji. Fue apenas un segundo porque estaba nublado y enseguida se perdió en la niebla, pero así fue incluso más especial. La llegada a la capital es un choque con el futuro. Pantallas gigantes, rascacielos, cientos de miles de japoneses de una lado a otro.
Fuimos a nuestro hotel, el Mitsui Garden Ginza, un rascacielos enorme y uno de los mejores sitios en los que me he alojado nunca. El destino deseado era el Park Hyatt de Lost in translation, pero a 400 euros la noche como que no. Eso sí, nos plantamos en el su famoso New York Bar y estuvimos admirando las vistas y escuchando la banda, como Bill Murray pero menos borrachos. De camino estuvimos en una de las torres del ayuntamiento de Tokio, que tienen un mirador gratuito, y en Shibuya, con sus tiendas de ropa tipo lolita y sus cruces megaconcurridos. Hemos cambiado la tranquilidad de Kioto por el frenesí de Tokio.

3 comentarios:

  1. Pablo, soy Rosa, estáis bien...??

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  2. No hemos sentido el terremoto por suerte, ya que estábamos volando. De hecho nos hemos enterado al llegar a España y ver vuestros mensajes. No nos ha pillado por poco. Este fin de semana colgaré el post final del viaje.

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